sábado, diciembre 24, 2011

Cosas que ganamos en el fuego

Desde que trabajo en horarios normales, en semanas laborables relativamente normales, los viernes volvieron a ser mis días preferidos. Los viernes me cae encima una carga de euforia tal que siento que podría hacer cualquier cosa. Esa omnipotencia imprudente de la post-adolescencia que me hace volar con el pensamiento y que me transfigura de felicidad pura.
Ayer fue uno de esos viernes de volar dentro de casa. Abrazada a él, mirando el techo, repasando pasados y presentes, llegando a conclusiones nuevas, sorprendiéndonos todavía por el camino recorrido y por todo lo que tenemos que conocer, reconocer en nosotros mismos...

"Nosotros". Hablar en plural es mi singular hace ya un tiempo, y por primera vez en la vida es un singular compartido. Com-partido. Con un par, alguien que es y no es yo misma. Alguien con quien discutir ideas contrapuestas, puntos de vista no siempre iguales, reacciones muy distintas a los mismos estímulos. Un hombre excepcional, tan imbricado en su lado femenino (lunar, intuitivo) como yo en mi lado masculino (solar, pragmático). No existe el perfect match, pero así como creo en las causalidades también me permito creer que es posible la afinidad armónica en una pareja.
Sólo tienen que ser capaces de detectarse. Pavada de tarea...
Hace algo así como cinco años, un avatar dejó palabras en este blog y pronto esas palabras rebasaron el Extraño Mundo. Con los e-mails, los mensajes, las maratónicas llamadas (que sólo nuestra memoria conserva) y las cartas en papel que nadie leerá jamás, podría escribirse gran parte de una historia colectiva que nos desborda y que continúa hasta hoy. Si esas palabras no hubieran encontrado un eco en mis propias palabras, el fuego que a él le encantaba encender para volar los puentes que el mundo le tendía nos habría agostado a los dos, consumiendo cualquier posibilidad de un futuro que por aquél entonces sólo podíamos soñar. Como quien escribe historias que son deseo loco, deseo puro, pero que no se atreve a realizar por algún recelo absurdo.
Qué par de pájaros, los dos... tener que aprender a vivir con la pólvora mojada, después de décadas de fuego devorador. El hombre que volaba los puentes y la mujer que convertía en cenizas todo lo que tocaba terminaron construyendo una ciudadela sin muros donde tiempo, espacio, estaciones, comunicación, vínculos, pareja, romance... son conceptos maleables que se resignifican sin cesar.
Dos que pasaron la vida separados y que al encontrarse descubrieron que hacía tiempo latían sincronizados, parados en medio de las ruinas de sus propios proyectos, respirando agitados con las manos todavía ennegrecidas y pensando "hasta aquí llegué, ahora empieza la Vida".
Cada uno trajo su equipaje y se sentó en el pasto a mirar al otro. Exhibimos obscenamente lo más feo de nuestra propia conciencia, nos estudiamos con cautela. Sacudimos la cabeza una y otra vez, perplejos de que los defectos no espantaran al otro. Y una noche cualquiera, las palabras que no queríamos decir sencillamente brotaron. Se materializaron, después de ser sombras planeando entre los escasos silencios de nuestras madrugadas.

Este 2011 nos agarró subiendo y bajando vertiginosamente, viviendo situaciones descolocantes. Mientras se afianzaba la felicidad del pequeño núcleo familiar, el círculo inmediato (familia, trabajo, amistades, obligaciones) sufría. Las ondas de choque de cada pequeña crisis buscaron nuestros pies y allí fue donde pudimos comprobar la fuerza de los cimientos. Nunca me sentí más segura de mí misma que ahora, cuando realmente pongo a prueba lo que aprendí con los años. Y por primera vez me permití felicitarme por haber sabido preservar mi energía a salvo de las pequeñas mezquindades: no la gasté en resentimientos, reproches, ni en un solo pensamiento para los fantasmas de mi placard. Dejé que los muertos enterraran a sus muertos y gané la fuerza para mantenerme en pie en medio del fuego.
Hice, de paso, una pequeña lista de cosas que no querría perder jamás y que poco tienen que ver con lo material, aunque sí (y mucho) con aquél mundo de palabras que aún desprovisto de soporte físico somos capaces de llevar con nosotros a donde sea que nos lleve la vida.

- Esta sensación increíble de compañerismo que me abre un infinito de potencialidades, no sólo día tras día sino en cada futuro posible.
- La intuición, cada vez más aguzada.
- La noción total de valor de las palabras y de los silencios
- La capacidad de asombro.
- La autocrítica, el autoconocimiento.
- Mi valiosa y nunca demasiado estimada inteligencia emocional.
- La convicción de que todo lo que se desea correctamente, se cumple (mucho antes de saber que existía algo llamado "ley de atracción", ya la había puesto a trabajar para mí, y hoy tengo en la mano resultados que ni siquiera esperaba...)
- La cortesía, la alegría de vivir.
- La introspectividad necesaria para rearmarme.
- El blindaje férreo contra el resentimiento.
- La esperanza, pura y dura, de que vale la pena pelear y resistir por algo, siempre.



The thundering waves are calling me home, unto you.
The pounding sea is calling me home, unto you.

viernes, diciembre 23, 2011

Buscando el lado brillante de la vida.


En estos días siento que me quejo de todo. Me quedo sin fuerzas, y no tiene nada que ver con el fin de año (o quizás sí, no voy a andar subestimando el poder de la acumulación). Tengo la mejor de las voluntades de encontrarme con seres muy queridos, y a la hora de enfrentar la calle, la posibilidad de un diálogo, me apichono entera. A veces paso rato largo mirando el techo con el libro que no puedo terminar entre las manos, o jugando al Bouncing Balls en Facebook, o intentando desarrollar ideas para mis ficciones, o bailando en el living, sola. Cualquier cosa con tal de no pisar la calle.
Cualquier cosa, con tal de quedarme un rato callada.
Yo me quejo, sí; pero en el fondo sé que soy una chica afortunada. Si no, ¿cómo se explica que me haya cruzado con el tipo más generoso que conozco (que se preocupa por mi bienestar físico y mental, banca mis quilombos y me ayuda a crecer), que nos amemos como adolescentes desde el primer día y que, encima, nos hayamos elegido mutuamente? Sin mencionar el hecho de que pasó desapercibido delante de las narices de todas esas mujeres que se pasan la vida buscando un hombre con sus exactas cualidades. 
Definitivamente, soy la persona desafortunada con más buena suerte del mundo.
Llegan estas fechas que cada vez significan menos para mí. No hay arbolitos ni pesebres en mi casa. No hay adornos navideños. En Nochebuena, celebraremos con una pizza casera pequeña, picadita, alguna bebida. Miraremos películas que nos gustan, leeremos, nos iremos a dormir como cualquier otro día.
Solos. En silencio.
Para exorcizar al año que se va y hacer fuerza por el que está llegando. 

domingo, diciembre 11, 2011

Voces

Necesito empezar a quitarme la angustia de los días. La piedra de la panza. Los sueños inquietantes de estas fechas. Las profecías de autocumplimiento. Necesito resignificar de nuevo este seudónimo, limitarlo a sus origenes (más juguetones que cargados de simbología), despegarme de este innato dramatismo que tiñe mis acciones. 
En estos días de mar y caminatas en los que sólo me llenaron vos y la naturaleza, en los que volvimos a enumerar cada proyecto para el año próximo, me sentí segura y bien afirmada sobre mis pies. En cada rutina sin desperdicio, en cada lectura silenciosa, yace la clave de este hogar que, como gitanos, nos llevamos a todas partes sin instalarlo en ninguna.
Pero llegan los finales, los pequeños cierres (la tormenta de anoche que me puso en disposición enfermiza, otra vez) y vuelve todo eso de lo que creía escaparme. Y entiendo, aunque lo sé todo el tiempo, que no se escapa de la pulsión de muerte aunque se viva intensamente enfocado a la pulsión de vida. Que no podemos seguir como si hubiéramos cerrado una etapa si todavía nuestros cuerpos y almas acusan la vivencia, las consecuencias, los estragos. 
Hace tanto tiempo que elegí no odiar que escucharte ayer hablando de los odios necesarios me puso todo en movimiento. Dijiste algo así como que la mejor forma de odio, la más eficaz, es la indiferencia: una suerte de olvido sostenido el tiempo suficiente para borrar al sujeto de cada fibra de la propia existencia. Que ese sujeto desespere por saber qué hizo para merecerlo, sabiendo que nunca se lo vas a decir. El odio perfecto, sin odio. 
A los odios necesarios, en cambio (decías) hay que alimentarlos cada día; son esos que no ameritan el olvido, que merecen una condena diaria y a conciencia. Así como, a conciencia, vamos borrando a los sujetos que nos mellaron, tenemos que recordar a quienes nos hirieron de muerte.
Hoy me toca estar a caballito de algo que no sé si es odio.... o bien, si lo es, no logro distinguir a quién va dirigido. Lo único que sé es que es un odio necesario, porque necesito resolverlo y darle un lugar concreto, para ser capaz, de una buena vez, de construir ese futuro que me espera. ¿Es hacia un quién o un qué? ¿Debo acotarlo en tiempo y espacio? Y después de todo, ¿Qué es mi odio sino una operación consciente nacida del peso de mi estómago, de la insoportable sensación de aplastamiento que me gana una y otra vez, como en oleadas, desde hace días? ¿Cómo racionalizar mi parte más animal, la que aúlla "huí" cuando, en realidad, debo quedarme? 
Aún quienes sabemos escucharnos a la perfección necesitamos un segundo de vacaciones de la voz que nos abruma. Y en mi cabeza conviven muchas voces, porque nunca le puse una mordaza a ninguna de mis yo. Porque sé que, aún concluídas como etapas cronológicas, la Cass-niña, la adolescente, la cínica, la depredadora, la conchuda, la escritora compulsiva y la cobarde hija sometida de mi padre todavía pueden aconsejarme qué carajo hacer cuando todo depende de mí, cuando siento que el peso del universo cayó sobre mis hombros.
Agarrarlas a todas de las manos y armonizarlas es un esfuerzo que vale la pena, pero que todavía me mata de cansancio. Todas quieren (queremos) llegar al mismo lugar, al mismo tiempo. Es el "cómo" el punto de fisura. Cuanto más me hablan, más reconcentrada y silenciosa me vuelvo; más aislada. Mi energía se concentra en un núcleo duro y bien escondido para que ellas puedan tomar de allí lo que precisan (precisamos). Todo lo que ven, queridos afuereños, en estos días es la sombra de la sombra de una mujer que se mueve, quizá un poco más lentamente que de costumbre, hacia la pulsión de vida, hacia los proyectos  soñados, hacia las buenas noticias y todo lo que pueda nutrirme. Hacia todo lo que me puede salvar de este peso que no quiero, pero que tampoco puedo evitar cargar. 
Porque si no lo hiciera, sería la peor versión de mí misma. Y si hay algo que sé, es que no quiero cargar con ese peso adicional por el mucho o poco tiempo que me quede.